«La muerte siempre está cerca de nosotros y siempre lo estará. Es una parte inseparable de la existencia humana. Por eso siempre ha sido y es motivo de profunda consternación para todos nosotros. Desde los albores de la humanidad, el espíritu humano ha reflexionado sobre la muerte y ha buscado una respuesta a sus misterios. Porque cuestionar la muerte es la llave que abre la puerta a la vida», Elisabeth Kübler Ross (1926-2004).
Considerada la fundadora de la psicotanatologia (del griego θάνατος, thànatos – ‘muerte’, y λόγος, lògos – ‘discurso’ o ‘estudio’ como apoyo psicológico a los enfermos terminales y sus seres queridos) Elisabeth Kübler Ross cambió la forma en que Occidente trataba la muerte, introduciendo los cuidados paliativos y proporcionando apoyo emocional con su conocida teoría de las cinco etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación). Una teoría que luego se extendería a otros muchos procesos de pérdida que podemos experimentar en nuestra vida terrenal (separaciones, divorcios, abandonos, pérdida del trabajo, del hogar…).
Cuando acogemos a un animal definido como mascota, es importante tener en cuenta que en general la esperanza de vida para ellos en términos de años es menor que para nosotros los humanos (por dar algunas referencias: la esperanza de vida media de un perro es de 10-13 años, la de un gato de 12-18, la de un conejo de 9, la de un canario de 7-10, la de un caballo de 25-30). Esto sugiere que es probable que vivamos más tiempo y, en consecuencia, también tenemos la tarea de acompañarlo en los últimos momentos de su vida.
Para poder hacerlo con presencia, amor y dignidad, es imprescindible haber superado el miedo a la muerte, o al menos haber hecho un recorrido de conciencia, impermanencia y no apego para poder estar a su lado con serenidad.
Los animales no necesitan prepararse para la muerte, viven en el aquí y ahora y la muerte para ellos es parte de un proceso natural.
No necesitan que nadie les diga lo que está pasando y que se están muriendo, se dan cuenta mucho antes del diagnóstico veterinario.
Los seres humanos no solemos querer ni pensar en ese momento. En cambio, es importante ser conscientes y alimentar las herramientas para ayudarnos y apoyarnos en este proceso y así transmitirles reflexivamente serenidad y presencia, porque aunque la muerte es algo natural y necesario, se sigue viviendo como un evento traumático.
En esto podemos encontrar una similitud con el nacimiento: el parto es doloroso y traumático, pero sin él no habría el impulso necesario para poder «salir».
Si poco a poco en nuestro camino terrenal nos acercamos a la comprensión de que es sólo el cuerpo físico el que muere, no hace falta decir que la Esencia trasciende a otro plano: la muerte es la liberación del alma, y cuando llega el momento de dejar el cuerpo, el alma necesita un empujón y en consecuencia la transición puede ser intensa.
Por eso es fundamental acompañar a nuestro amigo animal de forma consciente y serena, manifestando nuestro estado de presencia como testigos del viaje del alma cuando abandona el cuerpo, que se convierte en un mero recipiente vacío. Los animales también son grandes maestros en esto: nos muestran y enseñan el gran paso sin miedo, recordándonos el no apego y la impermanencia que son los fundamentos de la vida misma.
En un proceso de muerte natural, el animal suele dejar de comer y su cuerpo comienza a debilitarse: no ingerir alimentos proporciona la debilidad necesaria para que el Ser trascienda.
En este proceso es fundamental escuchar cuáles son las necesidades y requerimientos del animal, para proporcionarle todo lo que pueda necesitar en estos últimos momentos terrenales. Si tiene dolor físico, evidentemente con apoyo médico, le proporcionaremos lo que necesita para que no sufra.
Sin embargo, tengamos mucho cuidado con lo que suele ocurrir en esta fase: o bien tendemos a menudo a lo que se conoce como persistencia terapéutica, complaciendo nuestra ansiedad de pérdida a costa del bienestar real del animal, o bien nuestro dolor y nuestra incapacidad para presenciar el sufrimiento y el fallecimiento nos hacen elegir el camino de la eutanasia, que no siempre es la mejor solución.
La eutanasia en sí misma puede ser una buena ayuda, pero hay que comprobar si el deseo del animal es que se le ayude a morir o si, por el contrario, quiere experimentar el proceso de muerte natural. En la naturaleza, los animales tienen esta opción: pueden elegir un lugar para dejar ir y liberar sus almas o pueden acelerar el proceso realizando ellos mismos una especie de eutanasia. (por ejemplo, provocando una pelea con algún otro animal, obviamente más fuerte, que le ayude a salir del cuerpo).
Por otro lado, muchas mascotas son sometidas a la eutanasia simplemente porque se piensa que es la opción más fácil y rápida, pero a menudo es sólo una imposición nuestra, fruto de nuestra incapacidad emocional para acompañarle en un proceso de muerte natural. Por eso, incluso en estos casos, la comunicación de corazón a corazón es más importante que nunca: nos permite sentir lo que realmente quiere y así respetar su elección al final de su experiencia terrenal.